El correo electrónico

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Uno de mis problemas actuales es la falta de tiempo: tiempo para trabajar en las cosas que me gustan; tiempo para disfrutar la vida con las personas que quiero.

Desde hace ya unos meses he estado trabajando en mejorar esta situación. He tratado de practicar más el decir «no» a compromisos académicos; no he estado tomando nuevas direcciones de tesis; y estoy esperando con ansias dejar mi posición como Coordinador Académico del Programa de Matemática Educativa del CICATA Legaria. Tengo claro que estoy en una posición en la que debo ser muy selectivo respecto a cómo y con quién invierto mi tiempo académico y personal.

Sin embargo, un elemento de mi vida que está un tanto fuera de mi control y que consume parte de mi tiempo y mi paciencia es el correo electrónico. De hecho, siento que comienzo a odiarlo.

Sin contar el correo basura o spam, recibo un promedio de 50 correos diarios. Y los remitentes están esperando que los leas y les contestes… pronto. De hecho, hay personas que al ver que no les contestas en unas horas, te vuelven a enviar su correo insistiendo que les contestes —quizá sin saber que hay varias docenas de personas esperando lo mismo.

Desafortunadamente la gran mayoría de los correos que recibo son para asuntos de trabajo. En otras palabras, es estresante para mí abrir el correo cada día y ver cómo se va llenando mi bandeja de entrada con mensajes por contestar.

He intentado varias técnicas para lidiar con la carga de correos. Lo que más me ha funcionado hasta ahora es dedicar 60-90 minutos cada mañana a contestar correos, y quizá contestar otros tantos mientras estoy en reuniones que no requieren mi constante atención. Sin embargo, sin importar la técnica de administración de tiempo que empleé, contestar el correo electrónico es una actividad tediosa, casi siempre aburrida, y en ocasiones estresante.

Pero los correos no paran. Siguen llegando. Incluso podría proponer una tipología de los correos electrónicos que recibo:

UNA TIPOLOGÍA DE LOS CORREOS ELECTRÓNICOS QUE RECIBO

Los correos largos: si no se trata de un correo personal sino de trabajo, entonces estos son de los que más detesto. Pienso que la gente debe recurrir a su capacidad de síntesis al redactar correos con temas de trabajo. En lo personal yo solo «escaneo» los correos largos —nunca tengo ánimo para leerlos completos. Esto por supuesto puede ocasionar que a veces omita información que pudiera ser relevante.

Los correos intrusivos: quizá por la facilidad de redactarlos y enviarlos, la gente me envía correos de trabajo en momentos que no quiero recibirlos —¡y esperando que los conteste! Por ejemplo, en fin de semana, en vacaciones y días festivos, fuera del horario de oficina, etc. Mi consejo aquí para esos remitentes: dejen a la gente descansar, tener su vida privada, y no la hostiguen con correos electrónicos. Redacten su mensaje, pero guárdenlo como borrador —cuando llegue un momento más oportuno opriman el botón «enviar».

Los correos cc que no debería estar recibiendo: otra práctica que detesto es cuando te envían copia de un mensaje que no era necesario recibir. Un ejemplo clásico son aquellas personas que «responden a todos» un mensaje que fue dirigido a varios destinatarios, con respuestas irrelevantes o que no era necesario que recibieran todos. Me pongo rojo de coraje al saber que perdí tres segundos de mi vida en abrir y leer un correo que no debí haber recibido. Mi consejo para esos remitentes: antes de enviar su mensaje, piensen dos veces si es necesario oprimir el botón «responder a todos». Quizá sea suficiente con responder solo al remitente original.

Los correos apresurados: otro tipo detestable de correo, que por cierto es muy común en el trabajo cotidiano dentro de la institución educativa donde laboro. Me refiero a aquellos correos electrónicos en los que te solicitan que hagas algún trabajo (un reporte, un escrito, una constancia, etc.) pero debería estar listo «para ayer». Urge. Siempre me han parecido una falta de respeto a tu tiempo y a tu agenda de trabajo este tipo de correos. Como si los remitentes supusieran que debes dejar de lado tus compromisos adquiridos con anterioridad, por importantes que sean, para atender su correo electrónico. O quizá suponen que estás rascándote la panza en tu oficina esperando qué hacer con tu tiempo libre.

Los correos minucia: hay correos que cuando los abro y leo pienso: ¿es en serio? ¿en verdad tomaste este tiempo de mi vida para preguntarme esto por correo electrónico? Me refiero aquí a mensajes en los que se solicita información obvia o del dominio público. Por favor no envíen correos solicitando información que puede ser localizada invirtiendo dos minutos en el buscador de Google.

Los correos felices: no todos los correos electrónicos son portadores de trabajo por hacer, solicitudes, o malas noticias. También recibo correos felices, aunque en menor cantidad. Aquí me refiero a mensajes personales, a notificaciones de aceptación de artículos o proyectos, otorgamientos de becas, etc.

Dejo aquí mi tipología. Quizá los lectores puedan pensar en otros tipos de correos electrónicos que estoy olvidando incluir. Seguramente mis propios correos caen dentro de más de uno de los tipos presentados.

Pienso que incluso podría haber tipologías de otros tipos de mensajes y herramientas que median nuestra interacción personal y laboral —como el intrusivo WhatsApp—, pero dejaré eso para otra ocasión.

Mario Sánchez Aguilar

Ciudad de México, 22 de mayo 2022

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