Si tú me pones, yo te pongo

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Hoy mi día comenzó muy bien: Recibí la notificación de Paul Ernest de que el artículo que escribí con Morten Blomhøj va a ser publicado muy pronto en un número especial sobre el tema de educación matemática crítica en la revista «Philosophy of Mathematics Education Journal».

Ese es un artículo muy especial para mí por su contenido, por el lugar donde será publicado, pero también porque es el único que he escrito con mi ex- asesor Morten Blomhøj.

Así, esta mañana estaba tan feliz por la noticia que hasta me puse a contar los escritos académicos que espero publicar este 2010. Son al menos siete. Sin duda, el año más productivo de mi carrera en cuanto a escritos publicados.

En esas estaba cuando se apersonó un colega en mi oficina. Le conté con gusto y orgullo lo de mis siete escritos. Él reviró diciéndome que él esperaba producir seis……

WHAT??????? ¿Seis artículos? No es que me sorprenda que una persona publique seis manuscritos por año, hay quien produce muchísimo más. Lo que me sorprendió fue la persona que los produjo, que en mi opinión no es de las más productivas en el área. Sin embargo, enseguida descubrí «el truco» a través de un diálogo que sostuve con él y que se desarrolló más o menos así:

—Lo que pasa es que X y Y tenemos un acuerdo— me dijo mi colega (aquí X y Y representan los nombres de dos investigadores mexicanos cuyo nombre prefiero omitir)

 —Si X escribe un artículo pone el nombre de Y y el mío como co-autores, y si yo escribo un artículo entonces incluyo los nombres de X y Y como co-autores— continuó mi colega

—¿Pero X y Y escribieron algo del artículo?— pregunté yo ingenuo —No, pero lo leen y lo comentan— contestó mi colega

—Pero entonces hay una diferencia sustancial entre mis artículos y los tuyos. La mayoría de los míos son de un solo autor— respondí

—Pues sí, pero a la larga nosotros vamos a producir más y eso se va a ver reflejado en nuestras becas— contestó mi colega con una sonrisa en la boca

Al usar el término «becas» mi interlocutor se refiere a los estímulos económicos que nuestra Universidad otorga a los investigadores de acuerdo a su productividad académica, la cual en gran parte se mide mediante los artículos producidos.

El «sistema de productividad» descrito por mi colega es interesante en muchos sentidos, pero no lo comparto. ¿Por qué voy a consentir que un haragán ponga su nombre en un trabajo que yo ideé, desarrollé y escribí, sólo porque lo «leyó y comentó»? Yo he leído y comentado con pasión y agudeza varios artículos y no por eso exigí al autor que me incluyera como co-autor.

Tampoco voy a ser hipócrita: Debo reconocer que en el pasado he permitido que personas pongan su nombre en artículos a los que no le han metido mano, o incluso he permitido que citen artículos sólo por ayudar al autor citado, sin que realmente el artículo citado se haya empleado para desarrollar la investigación.

Una anécdota me viene a la mente ahora: El primer artículo que escribí durante mis estudios doctorales estaba listo para ser sometido a evaluación. Fue un artículo que yo mismo escribí, pero cuyo contenido discutí ampliamente con mi asesor. Además, él me ayudó un poco con mi inglés escrito, que en ese tiempo era mucho peor que ahora.  Dado que mi asesor de alguna manera había contribuido a la constitución del artículo, me pareció justo incluirlo como co-autor. Le comenté la idea pero como respuesta recibí un «no gracias».

Mi asesor argumentó su rechazo a mi propuesta: «Mario, no me cuesta nada poner mi nombre en tu artículo, sin embargo, es importante que tú aparezcas como autor único de ese trabajo. Tú, a diferencia de mí, apenas comienzas tu carrera académica, estás forjando un nombre dentro de la comunidad, por lo tanto es importante que tú te lleves todo el crédito por tu trabajo. Ya habrá oportunidad de escribir juntos…»

Morten Blomhøj pudo haber tomado la oportunidad de «colgarse» de mi trabajo y poner su nombre como co-autor, sin embargo no lo hizo. Lo que sí hizo fue darme una lección de vida que nunca olvidaré.

Dejando de lado la anécdota y regresando a mis colegas y su eficiente «sistema de productividad», la verdad es que me parece polémico juzgarlos. Por un lado se puede argumentar que están simulando y por lo tanto burlando el sistema de evaluación al que deben someterse como investigadores y también a la sociedad mexicana que con sus impuestos financia sus becas. No obstante, también se podría argumentar que el sistema de evaluación los obliga a actuar así. Es un sistema de evaluación deshumanizado en el que no necesariamente se premia al que trabaja y produce más. De ahí que se busque la manera de obtener evaluaciones favorables a cualquier costo, incluyendo la simulación.

Aquí vale la pena recordar el concepto de «contrato didáctico». Es un concepto teórico que explica, entre otras cosas, cómo los estudiantes de matemáticas se las ingenian para descifrar las reglas implícitas que gobiernan el salón de clase. Esto les permite aparentar que saben y aprobar los cursos, sin realmente obtener el conocimiento que se supone deben adquirir.

Me parece que estoy presenciando un fenómeno similar. Investigadores que simulan producir y obtienen estímulos económicos por su dicha simulación. Investigadores que lograron descifrar las reglas de juego.

Mario

 

Nota aclaratoria: En el artículo que escribí en colaboración con Morten Blomhøj, él no solo «leyó y comentó» el artículo. Morten personalmente escribió varias secciones del artículo, e incluso propuso cambios para las secciones que yo escribí.