La industria de la educación matemática

Nota para el lector: Los nombres en esta historia se han sustituido por seudónimos 

En los tiempos en que fungía como asesor académico de la compañía Casio en México, tuve la oportunidad de hacer un viaje a la ciudad de Guadalajara. Parecía un viaje de trabajo como cualquier otro, pero resultó un viaje aleccionador y revelador. Este viaje me hizo pensar en el concepto de «industria de la educación matemática» el cual abordo en esta entrada del blog.

Desde antes de llegar a Guadalajara, Israel  —mi compañero de trabajo y líder de la expedición— ya tenía trazado un plan de trabajo: visitaríamos algunas escuelas donde se impartirían talleres para profesores sobre el uso de calculadoras, y se entrevistaría a algunos estudiantes sobre la manera en que ellos utilizaban sus calculadoras para la clase de matemáticas. A la mitad de la jornada Israel pensó en incluir un elemento no planificado en nuestro plan de trabajo: contactar a uno de los principales importadores de calculadoras de México. Gerardo es el nombre de este personaje.

Localizar a Gerardo no fue fácil. Menos fácil fue lograr que nos brindara un poco de su tiempo. Después de hacer unas llamadas telefónicas, Israel supo que Gerardo se encontraba en el tradicional Mercado de San Juan de Dios y en efecto, ahí lo encontramos.

Gerardo tiene una estatura media y ronda los cuarenta años; cuando lo vi vestía muy sencillo: jeans, playera y tenis. Al encontrarnos fue evidente que Gerardo nos recibió con desconfianza y recelo; caminamos con él a través de los pasillos del mercado donde varias personas lo saludaban y se detenían para platicar con él. Toda una celebridad. Finalmente logramos convencerlo de que nos acompañara a comer para seguir platicando.

Los tres abordamos el auto de Israel y nos dirigimos a uno de los restaurantes favoritos de Gerardo: el restaurante de mariscos «Los Arcos» en la calzada Lázaro Cárdenas. A nuestra llegada los empleados del lugar recibieron a Gerardo con reverencia; nos asignaron una mesa pero como no fue del agrado de Gerardo nos dieron otro lugar. Gerardo sin ver la carta ni pedir nuestra opinión, ordenó una botana de langosta y camarones gigantes… ¡riquísimo! Yo estaba feliz no solo por la comida sino porque Gerardo me parece un tipo interesante. Comimos hasta el hartazgo, pero de lo que no nos hartamos tan pronto fue de la bebida: comenzamos bebiendo cerveza con la botana, de ahí pasamos al vino blanco para acompañar la comida, y ya entrada la tarde rematamos con whisky. El punto aquí es que el alcohol hizo su trabajo al hacer más fluida la conversación. Así fue que me enteré —aunque ya lo sospechaba— que Gerardo ha hecho una fortuna importando calculadoras. Una fortuna lo suficientemente grande como para adquirir bienes raíces en China, de donde obtiene las calculadoras que introduce a México. Mientras Gerardo nos contaba de sus exitos empresariales ligados a la importación y distribución de calculadoras, hubo una pregunta que no pude evitar hacer:

—¿Y te gustan las matemáticas Gerardo?

—No. Nunca me han gustado. Siempre tuve problemas con las matemáticas— Me contestó cortante y cambiado inmediatamente  la dirección de la conversación.

Conocer a Gerardo y su modo de ganarse la vida me hizo pensar en todas las personas que vivimos de la educación matemática de un país, jugando diferentes roles alrededor de ella. Piensen por ejemplo en personas como Gerardo, que se encargan de proveer medios y herramientas para el estudio de las matemáticas (calculadoras, software especializado, juegos de geometría, geoplanos, ábacos, formularios, etc.). También podríamos referirnos a las personas que configuran los contenidos matemáticos que son presentados a los estudiantes en el aula: profesores de matemáticas, diseñadores de curriculum, autores de libros de texto, asesores educativos de los ministerios de educación y otras instituciones educativas. Asimismo habría que considerar a todas aquellas personas y empresas que se dedican a proveer una educación matemática privada a través de asesorías personales, cursos de regularización, cursos de verano, diplomados, cursos de entrenamiento para examenes de admisión. No podríamos dejar de lado a la esfera de la investigación la cual es constituida por personas, empresas privadas, y organizaciones que también viven de la (investigación en) educación matemática: estudiantes de posgrado que reciben becas para realizar sus estudios, profesores que recibimos varios tipos de financiamiento e incentivos económicos para desarrollar investigación educativa, empresas transnacionales que venden por grandes cantidades de dinero el acceso a las revistas especializadas donde se publican los resultados de investigación, asociaciones que generan recursos a través de los congresos académicos que organizan. A este conjunto de personas, a sus roles, y a las relaciones entre ellas, es a lo que me refiero cuando hablo de la «industria de la educación matemática».

La instrucción matemática que reciben los niños y jóvenes de una nación está inevitablemente ligada a una industria de la educación matemática. La primera crea la necesidad de que exista la segunda. Esto quiere decir que es muy improbable que la industria de la educación matemática desaparezca. Sin importar qué tan malos o buenos sean los resultados producidos por las personas que constituimos la industria, ésta seguirá.

Por ejemplo, a pesar de las críticas sobre el escaso efecto que tienen nuestras investigaciones en los sistemas educativos del mundo (Sriraman, 2010), los investigadores en matemática educativa seguirán existiendo; sin importar el aprecio o indiferencia que puedas sentir por la educación matemática de un país, siempre habrá la posibilidad de que puedas vivir de ella (véase el caso de Gerardo como ejemplo). De ninguna manera quiero decir que la industria de la educación matemática es una entidad maligna que se debería erradicar, o que los integrantes de esta industria sean personas que abusan de su posición y de la educación matemática misma. Reconozco que la industria es necesaria, y que hay muchas personas dentro de ella que sienten un gran interés y compromiso por el mejoramiento de la educación matemática.

Mi punto más bien es señalar la existencia de posiciones y resquicios dentro de la industria donde es fácil simular o aparentar que estás haciendo algo por mejorar la educación matemática de tu comunidad o de tu país, y aún así gozar de sus beneficios. Creo que los involucrados en esta industria no debemos dejar de cuestionarnos qué tan bien estamos haciendo nuestro trabajo, ni dejar de buscar maneras de mejorarlo.

Mario Sánchez Aguilar

Ciudad de México, agosto de 2013

 

REFERENCIA

Sriraman, B. (2010). So many journals, so many words… so what? The Mathematics Enthusiast, 7(2-3), 175-176. Recuperado de http://www.math.umt.edu/TMME/vol7no2and3/0_SriramanEditorial_vol7nos2and3_pp.175_176.pdf