Veintiuno

Desde hace una semana, el servicio de transporte público que mi hija y yo utilizamos por las mañanas para ir a su escuela ha comenzado a dar boletos a sus pasajeros. Al pagar tu pasaje, el chofer te entrega un boleto numerado que es tu seguro de viajero.

Desde que vivía en Guadalajara no veía ese sistema de boletos en el transporte público urbano. El volver a experimentar dicho sistema, detonó algunos recuerdos de mi vida como adolescente en Guadalajara. Compartí uno de ellos con mi hija durante uno de nuestros viajes matutinos:

Cuando estudiaba la secundaria, aquellos que utilizábamos el transporte público (e incluso los que no lo hacían) sumábamos los dígitos de la serie numérica que venía impresa en los boletos del camión. Sumábamos con la esperanza de obtener veintiuno como suma total de los dígitos. Esto porque entre los adolescentes tapatíos existía la difundida idea de que el poseedor de “un veintiuno” tenía el derecho de solicitar a la chica o chico de su preferencia que le canjeara el veintiuno por un beso. Por supuesto, el derecho a solicitar el beso no garantizaba que dicho beso fuera otorgado.

Así, uno escuchaba historias de que Sergio había logrado canjear un boleto por un beso de Yolanda, una de las alumnas más deseadas de la escuela. O que Claudia era muy generosa al momento de realizar la transacción. Estas historias (que quizás eran leyendas) motivaban a muchos como yo a coleccionar veintiunos con la esperanza de poderlos canjear algún día por una dotación de besos. Sin embargo, fui un adolescente lo suficientemente tímido para nunca animarme a solicitar una negociación como esa.

Creo que a mi hija le impactó la anécdota porque desde que se la compartí, invariablemente me pide los boletos que me otorga el chofer y con mucho cuidado se pone a sumar los dígitos.

Mario