Desilusión

Día del amor y la amistad. Cómo olvidar aquél primer regalo que tímido le ofrecí a mi desde entonces adorada Idania. Es un recuerdo recurrente en este día.

Hoy sin embargo, quiero escribir sobre una desilusión. No es amorosa en el sentido estricto, pero no por eso menos dolorosa:

Hoy, siguiendo la bien intencionada recomendación de Javier Lezama, me puse en contacto con una funcionaria del Instituto Politécnico Nacional (de quien omitiré su nombre), quien hará un papel similar al de mi “abogada” en el “juicio” que la COTEPABE emitirá para evaluar de manera definitiva mi solicitud de licencia con goce de sueldo (que para dar contexto a esta historia, se debe saber que inicialmente fue rechazada).

La sugerencia de Lezama fue que me entrevistara personalmente con la funcionaria, pero yo decidí llamarla antes para evaluar su disponibilidad de atenderme.

Al llamarla y pedirle la entrevista personal, ella de manera no explícita la descartó, iniciando nuestra conversación telefónica mencionando uno de los grandes obstáculos que debería salvar mi solicitud para poder ser aprobada. Me sentí como capo recién detenido que al ver a su abogado lo primero que le dice es “pues la tienes bien cabrón…” Lo último que me transmitió la funcionaria fue optimismo.

La plática continuó con una enumeración de sugerencias y peros por parte de la funcionaria, pero hubo uno que en particular lo sentí más doloroso que una mentada de madre. Palabras más, palabras menos la funcionaria me dijo:

Eres joven y con futuro, por eso el IPN guarda sus reservas para apoyarte. Es probable que recibas ofertas de otros lados y no regreses. Además, dado el tiempo que tienes en el Instituto, tus vínculos con éste no son sólidos

De verdad tuve que contenerme para no explotar ante tales comentarios. ‘Ora resulta que ser un investigador joven es un pecado en el IPN, y lo de mis vínculos frágiles con el Instituto, es como un golpe con manopla: Le aposté a una carrera académica dentro del IPN integrándome al proyecto que comanda mi querido Javier Lezama; para hacerlo, tuve que renunciar a un buen empleo (y a un salario superior al que actualmente percibo en el IPN) en una compañía transnacional y sólida. Con tal acción hubo sacrificios económicos en mi familia, pero esa situación no inhibía mi orgullo, el orgullo que sentía al presentarme en un congreso  o al firmar un artículo como un investigador del Instituto Politécnico Nacional.

Como le he comentado a mis colegas y le comenté a esta funcionaria: Al recibir el primer rechazo de la COTEPABE a mi solicitud, no hubo en mí más que un sentimiento de tristeza, mezclado con desilusión. Yo concursé en una convocatoria internacional (pegada por cierto en un cartel de anuncios del propio Instituto), y luché más de un año en ganar una beca. Durante esa lucha recibí el apoyo de mis colegas, de mi familia, de mis amigos, de una institución de educación superior en Dinamarca (donde ni me conocen, ni cuestionan mi edad o mis vínculos con ellos), de la misma comunidad europea, pero en mi propia institución sólo he recibido un rechazo, por escrito, y con copia a mis superiores.

Javier Lezama, de quien sólo he recibido ánimos y buena vibra (gracias Javier), me dijo que no me deje superar por esta situación. Es un hecho. No me voy a doblegar.

Así tenga que renunciar al Instituto, voy a intentarlo. No es un capricho. Es que no puedo desperdiciar una oportunidad, un espacio que me he ganado; además, aunque se oiga mamila y vanidoso, soy un ejemplo de algunos: De una familia de origen campesino, de un grupo de jóvenes provincianos sin muchas oportunidades, de mis hermanas, de mis padres, de mi esposa, de mi hija. Una negativa en papel membretado no puede detener eso.

Estoy tomando fuerza con sólo pensar en la gente que me a ayudado incondicionalmente a construir este proyecto: de Cordero, de Lezama, de Asuman, de Eli, de Góngora…y de tantos más. Gracias.

Hoy tuve que contenerme de no chillar ante mis colegas por pura pinche frustración y auténtica desilusión. Hoy estoy aquí, desahogándome mediante este escrito y con algunas lágrimas en los ojos.

Mario Sánchez Aguilar

Adiós a un libro querido

Hoy tuve una pérdida dolorosa: Un libro que disfruté mucho leyendo, que se llama El Síndrome de Ulises, del escritor colombiano Santiago Gamboa.

La historia de la pérdida se remonta al regreso de mi viaje de Bogotá. Cuando estaba por allá decidí comprar un libro de un colombiano que no fuera García Márquez. Al ver la portada del libro mis pensamientos lúbricos despertaron, y al mirar la sinopsis de la historia decidí comprarlo. La lectura fue un placer.

Al llegar a México, mi compadre J. Gabriel Molina antes de saludarme me preguntó qué le había traído (ya ni mi hija…). Indignado por la obvia respuesta (pues nada), le comenté que estaba leyendo ese libro y le dije (de puro pinche compromiso) que si quería se lo regalaba; y mi compadre que no deja ir una de gorra, dijo que sí.

Los instantes y días posteriores le tiré varias indirectas y directas de que lo del regalo era puro compromiso y que en realidad no quería deshacerme del libro. Pero a mi compadre le valió madre y siguió exigiendo su “regalo”.

Hoy finalmente, con todo el dolor de mi corazón le hice entrega del libro. Aun existía una luz de esperanza de que la boca de mi compadre emitiera una frase del tipo: “Como cree compadre que lo voy a aceptar, ese libro es suyo y lo quiere mucho, quédeselo”. Que pinche iluso fui.

Escribo este capítulo a manera de terapia, y para dejar evidencia del día que le regalé un buen libro a un cabrón que considera una buena lectura cosas como El Caballo de Troya de J.J. Benitez. Que desperdicio. Eso me pasa por pendejo.

MSA

Un regalo y un proyecto

Hoy fue un día especial. Lleno de trabajo, de emociones y de proyectos.

Todo comenzó en Cicata, sentado en mi lugar de trabajo y Gisela Montiel aproximándose a mis espaldas para entregarme un regalo de parte de Bruno D’Amore. La envoltura del regalo (que en este caso tenía la función de protegerlo más que adornarlo) tenía escrito un mensaje que me pareció simplemente fabuloso:

“Para mi amigo Mario Sánchez Aguilar, esperando que te guste”

¿Se imaginan al Dr. D’Amore tomándose esa molestia? Yo aún no. Me sentí como el personaje de Santiago Gamboa de la novela El síndrome de Ulises cuando es invitado y recibido en la casa de uno de los escritores que él tanto ha estudiado y admirado.

Después de admirar el regalo (unos timbres conmemorativos de la obra de Oscar Reutersvärd) y escribirle un email de agradecimiento, pensé en lo bien que me sentía al recibir de una persona como él, un reconocimiento a mi trabajo. Unos minutos después pensé en que algunas personas parecen no entender la importancia de esos reconocimientos y probablemente nunca lo harán ¿Pero quién dijo que la vida era justa?

Cambiando de tema, a partir de un intercambio de elucubraciones entre Apolo y yo, surgió la idea de echar a andar un nuevo proyecto en Cicata: Una revista electrónica de investigación en Matemática Educativa.

Nos pusimos a revisar los lineamientos del Conacyt, y creemos que es posible echar a andar el proyecto y en un futuro postular para el Padrón de Excelencia.

Vamos a comentar la idea con Javier Lezama, porque él siempre tiene más claridad en las ideas…

 

M. Sánchez A.