Insisto en las cualidades terapéuticas de mi blog. Y me refiero a mí escribiéndolo y no aquell@s que lo leen. Cuando algo duele, cuando algo cala, me ayuda escribir para cicatrizar la herida.
Pensaba en los comentarios y estadísticas que he visto publicados en algunos diarios mexicanos sobre la “fuga de cerebros”. Sobre aquellos ciudadanos mexicanos que deciden estudiar e irse de su patria como se va la virginidad: para nunca regresar.
Parece que hay miles de estos casos y la mayoría de ellos se atribuye a que estas personas encuentran mejores condiciones laborales y de vida que en sus lugares de origen. Algunos los señalan como malagradecidos o anti-patriotas, pero… las cosas se ven diferentes desde el otro lado.
Desde antes de venirme a Dinamarca vi con desencanto e impotencia cómo era mucho más fácil encontrar apoyo en las instituciones extranjeras que en las de mi propio país. Derramé lágrimas del coraje, lágrimas que mi hija Mariana sigue recordando.
Ya en Dinamarca seguí invirtiendo energía para librar los obstáculos que las autoridades mexicanas me ponían para ayudarme a resolver mis asuntos. Alguna vez le comenté a Kristine Niss cómo la Embajada de México era un cachito de mi país en medio de Copenhague. Al cruzar la puerta me transportaba a ese ambiente que sólo puede recrear la burocracia mexicana. Ambiente cimentado en frases como: “Esta semana estamos muy ocupados, venga la próxima”, “Nosotros no lo podemos ayudar, solicite apoyo con las autoridades danesas a ver qué le dicen”, etc.
Hoy quiero hablar del caso de las autoridades fiscales mexicanas.
Mis ingresos de dinero en Dinamarca son básicamente dos: mi beca de la Unión Europea (EU) y mi salario del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Las autoridades fiscales danesas me citaron para preguntarme cómo sobrevivía en Dinamarca y decidir si debía pagar impuestos. Yo fui sincero y les expliqué (mostrando documentos probatorios) lo de mis dos ridículas entradas de dinero, y digo ridículas por los salarios que tienen por acá. Ellos me pidieron dos cosas: primero, una traducción oficial al inglés del contrato que tengo con la UE como becario (un documento de 11 páginas); y segundo, que las autoridades fiscales mexicanas llenaran, firmaran y sellaran UNA PÁGINA en la que se hace constar que yo pago impuestos en México de mi salario del IPN (lo cual es cierto), para evitar una doble tribulación sobre ese ingreso. La UE me envió el documento traducido en un par de semanas, pero las autoridades fiscales mexicanas… esa historia se cuenta aparte.
Para conseguir ese documento, que desde que lo vi me pareció bastante sencillo de llenar y de entender porque estaba traducido al español, pedí ayuda a mis padres, a mi colega Apolo Castañeda y yo intenté enviar algunos mensajes solicitando apoyo. No quiero entrar en detalles, pero parece que es más fácil tener una audiencia con el Papa que obtener el apoyo de las autoridades fiscales mexicanas para este asunto. Apolo y mis padres me contaron historias fantásticas sobre los obstáculos administrativos que han encontrado. Historias que involucran malos tratos, invención de requisitos (de acuerdo al funcionario que los atendía), ignorancia, indiferencia, uso de detectores de mentiras, etc. Sólo para muestra reproduzco una comunicación personal con Apolo Castañeda, en el que me cuenta uno de sus encuentros con nuestros funcionarios:
“Te comento que en hacienda me trataron mal (a pesar de ser doctor), primero porque abril fue un mes muy agitado pues se presentan declaraciones anuales y toda la gente de ahí sólo atiende temas de declaraciones. Yo hice mi cita para saber el avance de la constancia y literalmente me mandaron a la chingada sin opción. Pero aún así traté y nuevamente lo hicieron, justificando que esos temas no son prioritarios como lo sería una declaración anual”
Claro. Es más importante recibir el dinero de los contribuyentes cautivos que ayudar a un compatriota expatriado a que no le cobren dos veces impuestos sobre su raquítico sueldo para que pueda sobrevivir en el extranjero.
Mi madre, que es mujer que no se rinde fácilmente, me daba otras opciones para tratar de conseguir la constancia. Pero como le respondí a ella:
“Las opciones que vislumbras implican invertir (¿o será desperdiciar?) tiempo, dinero y energía para que muy probablemente me encuentre con los obstáculos que ha encontrado Apolo, o con unos nuevos, dependiendo del funcionario que me atienda…¿valdrá la pena tomar el riesgo? es decir ¿será una buena idea basar nuestro plan en la disposición y el buen funcionamiento del aparato burocrático mexicano? Siento una mezcla de impotencia, desilusión y hueva nomás de pensarlo… Propongo un plan B: Confiar en las autoridades danesas.”
Si. Voy a ir con ellos (los daneses) y explicarles que, cuando eres un ciudadano común, es casi imposible mover los engranes burocráticos de las instituciones mexicanas para recibir un servicio o apoyo. Y entonces que ellos decidan.
Así, cuando escucho las críticas a los compatriotas que se van al extranjero y no regresan, me parece que no se cuenta la historia completa: ¿saben lo que se siente cuando una y otra vez sólo recibes negativas e indiferencia cuando solicitas apoyo a las instituciones oficiales de tu país? Pues se siente de la chingada. Es irte desilucionando, es sentirte menospreciado, es criar rencor. Si algún compatriota ha vivido este proceso y al final de sus estudios le hacen una buena oferta de trabajo en un país con una buena calidad de vida, yo lo entiendo si decide no regresar.
Gracias por su tiempo y energía a Apolo, Susi y Mayi.
Mario