“Un niño de cinco o seis años que corría llorando, rodó por el suelo. Otros niños que corrían junto a él huyeron despavoridos pero un chiquito como de seis años se regresó a sacudirlo: «Juanito, Juanito, levántate.» Lo empezó a jalonear como si con eso fuera a reanimarlo: «Juanito ¿qué te pasó?» Seguramente no sabía lo que es la muerte, y no lo iba a saber nunca, porque sus preguntas ya no se oyeron, sólo un quejido, y los dos pequeños cuerpos quedaron tirados sobre el asfalto, el uno encima del otro. Yo lo vi todo. Quería arrastrar al pequeño hasta la zanja donde me encontraba. Le grité varías veces pero como las balas silbaban por todas partes no me atreví a ir por él. Me limité a gritarle: «¡Niño, niño, ven acá, niño!», pero estaba demasiado ocupado en revivir a su amigo. ¡Hasta que le dio la bala! Sé que soy un cobarde, pero sé también que el instinto de conservación es terriblemente egoísta.”
- Jesús Tovar García, estudiante de Ciencias Políticas de la UNAM
“En el departamento donde estábamos escondidos había chavos comiéndose sus credenciales.”
- Genaro Martínez, estudiante de la Escuela de Economía de la UNAM
“Recorrimos un piso tras otro y en la sección central del Chihuahua, no recuerdo en qué piso, sentí algo chicloso bajo mis pies. Volteo y veo sangre, mucha sangre y le digo a mi marido: «¡Mira Carlos, cuánta sangre, aquí hubo una matanza!» Entonces uno de los cabos me dice: «¡Ay, señora, se nota que usted no conoce la sangre, porque por una poquita que ve, hace usted tanto escándalo!» Pero había mucha, mucha sangre, a tal grado que yo sentía en las manos lo viscoso de la sangre. También había sangre en las paredes; creo que los muros de Tlatelolco tienen los poros llenos de sangre. Tlatelolco entero respira sangre. Más de uno se desangró allí porque era mucha sangre para una sola persona.”
- Margarita Nolasco, antropóloga
*Testimonios extraídos del libro “La Noche de Tlatelolco” de Elena Poniatowska*