Hoy fue día de comenzar a despedirme antes de mi viaje a Dinamarca. Este día y los previos estuvieron llenos de presión y tensión para mí: Completar trámites, hacer cambios de domicilio, cancelar servicios, hacer respaldos, comprar euros, tratar de hablar con Góngora, etc. Yo creo que el stress no me permitía pensar en serio que ya estaba a un pasito de mi partida. Hasta ánimo tuve para tomarme fotos con mis colegas y hacerle una última maldad a mi compadre Gabriel, como fue esconderle su monitor (me ayudó una persona cuyo nombre empieza con A y acaba con O).
Las primeras despedidas estuvieron tranquilas. Por ejemplo, Gisela Montiel se retiró temprano de Cicata y nos despedimos sin mayor problema. Más tarde Elizabeth Mariscal y yo también nos despedimos tranquilamente.
Las cosas cambiaron cuando Martín Sánchez, Jefe de Recursos Humanos del Cicata, le agregó más presión a mi día cuando me pidió que me presentará al día siguiente a firmar algo, el mismo día que salía mi vuelo. Yo bajé a sus oficina a averiguar de qué se trataba y comenzamos a platicar de mi viaje y mi proyecto. Le comenté los obstáculos que tenía como la falta de un lugar para vivir, los costos de vida exorbitantes, la separación de mi familia y otros. Creo que al final, y sin querer, lo conmoví. Me dijo que en realidad no era tan importante que me presentara al día siguiente. Justo en ese momento, me sentí liberado de un gran stress que estaba acumulando desde hace varios días. Me estaban abriendo la puerta para comenzar mi aventura. Ya era una realidad. Me puse flojito.
Entonces, salí de la oficina de Martín y pasé a la del Licenciado Emilio (una persona que me cae muy bien) a despedirme. Sentí que se me salían las lágrimas. De hecho le dije que mejor me iba porque iba a comenzar a chillar.
Después subí con mi querido Javier Lezama. Le di un abrazo, unas cuantas palabras y ya no pude hablar. Sólo lo escuché, le di otro abrazo y huí de sus oficina. Tenía un gran nudo en la garganta y se me salían las lágrimas.
Ya con Apolo Castañeda y Alejandro Rosas ni pude despedirme. Nomás me acercaba a sus cubículos y sentía que las lágrimas y los mocos se me salían. No quise que me vieran así. Me despedí de ellos con un mensaje de texto y ellos me devolvieron dos mensajes muy emotivos para mí.
Así, salí por la puerta de Cicata, me subí al micro y me dirigí al metro Tacuba en medio de la noche, moqueando y lagrimeando.
Voy a extrañar a mis colegas.
Mario