Hoy tuve una pérdida dolorosa: Un libro que disfruté mucho leyendo, que se llama El Síndrome de Ulises, del escritor colombiano Santiago Gamboa.
La historia de la pérdida se remonta al regreso de mi viaje de Bogotá. Cuando estaba por allá decidí comprar un libro de un colombiano que no fuera García Márquez. Al ver la portada del libro mis pensamientos lúbricos despertaron, y al mirar la sinopsis de la historia decidí comprarlo. La lectura fue un placer.
Al llegar a México, mi compadre J. Gabriel Molina antes de saludarme me preguntó qué le había traído (ya ni mi hija…). Indignado por la obvia respuesta (pues nada), le comenté que estaba leyendo ese libro y le dije (de puro pinche compromiso) que si quería se lo regalaba; y mi compadre que no deja ir una de gorra, dijo que sí.
Los instantes y días posteriores le tiré varias indirectas y directas de que lo del regalo era puro compromiso y que en realidad no quería deshacerme del libro. Pero a mi compadre le valió madre y siguió exigiendo su “regalo”.
Hoy finalmente, con todo el dolor de mi corazón le hice entrega del libro. Aun existía una luz de esperanza de que la boca de mi compadre emitiera una frase del tipo: “Como cree compadre que lo voy a aceptar, ese libro es suyo y lo quiere mucho, quédeselo”. Que pinche iluso fui.
Escribo este capítulo a manera de terapia, y para dejar evidencia del día que le regalé un buen libro a un cabrón que considera una buena lectura cosas como El Caballo de Troya de J.J. Benitez. Que desperdicio. Eso me pasa por pendejo.
MSA

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